La soga al cuello, nuestra moneda corriente
- Nómadas a Pedal
- 25 may 2019
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...Otra vez el cielo amenazaba con una posible tormenta y ahora no teníamos reparo, pero volvió a ser solo una amenaza y no cayó ni una gota por lo que pudimos disfrutar de una linda tarde y noche frente al Lac de Saint-Cassien.
14 de Septiembre – Día 10
Conseguimos llegar a Niza bastante rápido por lo que nos relajamos e hicimos una gran pausa para almorzar. Caminamos un poco para alejarnos del centro y nos ubicamos en la subida a la autopista. No era el lugar ideal pero era el único que había cerca, solo necesitábamos que algún vehículo nos dejara en las afueras y allí encontraríamos otro en dirección a Italia. El tiempo comenzó a pasar y nuevamente no había respuesta. Analizamos el mapa y efectivamente no había otro lugar mejor. Como últimamente nos venía ocurriendo, luego de unas horas la policía nos echó del lugar y no sabíamos que hacer. Fue así como decidimos caminar hasta una estación de tren que en el mapa figuraba a pocas cuadras, sin dejar de estirar el pulgar y tampoco tuvimos éxito. Tomamos un tren y luego de una hora llegamos a Mentón. La tarde estaba dándole lugar a la noche y cada vez oscurecía más, nos encontrábamos en una ciudad veraniega, con muchos edificios, hoteles y casas a orillas del mar por lo que acampar en la playa no era posible dado que no había zonas despobladas cerca. Si bien habíamos logrado avanzar cerca de cuarenta kilómetros y salir de Niza, nuevamente estábamos sin tener un lugar seguro para pasar la noche. Comenzamos a caminar y luego de cuatro kilómetros, a las 10 pm cruzamos la frontera e ingresamos a Italia.
Conversamos con los policías del control y les pedimos ayuda para encontrar un buen sitio donde acampar. Nos dijeron que ahí no podíamos pasar la noche y que en territorio italiano acampar en la playa era ilegal. La solución que nos ofrecieron fue caminar cuatro kilómetros más hasta un camping en el primer pueblo. Nos pareció una locura caminar hasta allí a esa hora por lo que les agradecimos y confiados continuamos avanzando hasta encontrar un buen lugar un poco más adelante. Tampoco no queríamos gastar dinero en hospedaje.
La ruta tenía el precipicio hacia el mar por un lado y la montaña por el otro, lo que implicaba solo poder ir en un sentido. Atravesamos túneles, curvas y largas rectas hasta que llegamos a un descanso con las entradas para los vehículos bloqueadas. Nos pareció un lugar ideal ya que había un gran arbusto que podía cubrir la carpa y no ser vista desde la ruta. Era casi medianoche y creímos que nadie se detendría allí a esas horas. Cenamos y armamos la tienda para descansar. A eso de las 3 am escuchamos voces y ruidos. Asomamos la cabeza para espiar y efectivamente divisamos a un hombre caminar por la ladera de la montaña, justo a la altura de nuestra carpa. Parecía que se iba alejando hasta que a los pocos metros comenzó a descender. De pronto apareció otra silueta. Los dos sujetos bajaron hasta la ruta y se quedaron mirando hacia arriba, como esperando algo. A los pocos segundos comenzaron a llegar más personas. Resultaron ser seis hombres que sospechamos serían árabes que al ver la tienda se acercaron rápidamente y en un inglés mal hablado nos preguntaron qué estábamos haciendo ahí. Ante la misma pregunta ellos contestaron que habían salido a dar un paseo. Teníamos un bidón con agua fuera de la tienda y al verlo no dudaron en pedirnos un poco y agarrarlo. Para no entrar en conflicto asentimos. Mientras se bebían nuestra agua continuaron preguntándonos si ya nos encontrábamos en territorio francés o si seguíamos en Italia y si considerábamos que continuar por las vías del tren, un nivel más abajo sobre la ladera de la montaña, era una buena ruta para no ser vistos por la policía. Conformes con lo obtenido de aquel encuentro comenzaron a descender. Cuando estaban por desaparecer de nuestra vista, tres de ellos volvieron hacia nosotros y nos pidieron más agua.
Después de haber vivido esa situación tan estresante, a solo segundos de que hubieran dejado el lugar y sin importarnos que fueran las 4 am, levantamos nuestro campamento a toda velocidad y a pasos agigantados comenzamos a alejarnos.
Media hora después llegamos a Latte, pueblo al que nos había referido la policía, y nos quedamos en una placita frente a un comercio que estaba abriendo sus puertas de a poco, esperando la salida del sol.
Ya más tranquilos y habiendo dejado el gran susto atrás buscamos un lugar para hacer dedo. Pasaron más de cuatro horas sin que frenara al menos un coche para preguntarnos a donde íbamos, entonces decidimos pagar el camping para dormir seguros y tranquilos esa noche, ya que estábamos muy cansados, todavía conmovidos por lo ocurrido y frustrados por la larga espera sin resultados.
Aprendimos así que a veces teníamos que invertir un poco más de dinero para ahorrarnos un mal momento, que en este caso solo fue un susto.
Nos tomamos el día para descansar y reponer energía, pero sobre todo para volver a una buena frecuencia.
16 de Septiembre – Día 12
Aquel cambio de aire se notó ya que si bien nos encontrábamos en el mismo lugar que el día anterior, esta vez antes de los diez minutos nos levantaron dos chicos franceses, que habían decidido ir a almorzar pizza a Italia y pasaban por ahí.
A mitad de camino entre Génova y Milán, en Voghera, nos esperaba otro anfitrión de Warmshower que decidió recibirnos ya que le resultó muy interesante nuestra historia y sobre todo nuestro pasado en bicicleta por América. Una vez dejado atrás el pueblo de Latte, el siguiente objetivo del día era reducir lo máximo posible los doscientos veinte kilómetros que nos separaban de nuestro próximo hogar. Un joven italiano nos levantó rápidamente en San Remo y nos dejó en una gasolinera, sobre una ruta que se conectaba con la autopista que iba a Génova. Durante cuatro horas se detuvieron solo dos vehículos: uno tomaría la autopista en dirección contraria y el otro, nuevamente estaba sobrecargado y era imposible que entráramos.
Llegamos a la conclusión de que sería el día de menor progreso, la gasolinera estaba cerrada y no había ningún lugar que nos pareciera idóneo para acampar. Haber tenido que recurrir a un tren para salir de Niza y la intensa experiencia vivida en la frontera todavía estaban frescas en nuestra memoria, por lo que nuestros ánimos a esa hora de la tarde estaban por el piso.
A lo largo del viaje hemos estado en situaciones donde sentíamos la soga al cuello y cuando dejamos de luchar para salir de esa situación y tratamos de fluir de la mejor manera con la misma, entendiendo que eso que nos estaba pasando era lo mejor que nos podía ocurrir en ese preciso momento, la soga parecía desenroscarse de nuestro cuello.
Poco antes de llegar a las cinco horas en aquel sitio frenó una señora, que se dirigía a Milán.
Gracias a ese “empujoncito” avanzamos doscientos kilómetros, bajándonos en Tortona, a solo veinte de Voghera. Por un momento pensamos en ir hasta Milán y conocer aquella icónica ciudad pero había varios inconvenientes: llegaríamos de noche y al ser una gran ciudad no nos quedaría otra opción que ir a un hostal y luego salir de allí en bus o tren. Tener una casa asegurada a pocos kilómetros de donde estábamos inclinó la balanza y continuamos con el plan inicial.

Tortona nos pareció el lugar ideal para bajarnos, ya que desde allí había una ruta que llegaba al pueblo vecino de Voghera. Sin tener datos sobre el lugar comenzamos a caminar en búsqueda de algún campo, montaña o escondite para pasar la noche. Al atravesar el centro del pueblo nos llevamos la sorpresa de que se estaba llevando a cabo una Feria Gastronómica con comidas del mundo.
Nuestra primera reacción fue ir a ver si encontrábamos un puesto de comida argentina y socializar con nuestros paisanos. Efectivamente lo encontramos y enseguida nos pusimos a conversar con sus dueños y empleados.
Maty, el principal encargado, nacido en Italia pero hijo de argentinos, nos compartió internet para poder avisarle a nuestro anfitrión que al otro día llegaríamos a su casa. Mientras esperábamos recibir la dirección exacta Maty se acercó a nosotros y nos ofreció una gran parrillada al mejor estilo argentino: empanadas, chorizo, papas fritas, vacío, asado y hasta ¡cerveza!
Por si eso fuera poco nos indicó un club a las afueras del pueblo donde podríamos armar nuestro campamento.
Con la panza llena, felices del encuentro e intercambio con gente de nuestro país y habiendo comido nuestra típica “parrillada” que tanto extrañábamos, terminamos armando la tienda en un descampado ya que no encontramos el lugar que nos habían indicado. De todas maneras descansamos sin problemas.
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