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Bordeando el Mediterráneo y redescubriendo la magia del camino: De Barcelona a Venecia a dedo.

  • Foto del escritor: Nómadas a Pedal
    Nómadas a Pedal
  • 10 may 2019
  • 5 Min. de lectura



Llegamos a Barcelona luego de un mes intenso en Rusia alentando a nuestra selección en el evento futbolístico más importante: La Copa del Mundo 2018. Volver a un país de habla hispana después de mucho tiempo sumado a la comodidad que nos brindó nuestro amigo Pere, a quien conocimos en Perú meses atrás, hizo que la capital catalana fuera una gran pausa. Disponer de una habitación para cada uno disfrutando y cuidando esa hermosa vivienda, fue un hecho relevante para que nos quedáramos cuarenta y cinco días en uno de los alrededores más lindos de Barcelona.


Así todo, nuestro espíritu aventurero recobró energía y nos pidió un nuevo reto. Entonces buscando pasajes encontramos uno que nos invitaba a hacer algo que nunca habíamos hecho y siempre quisimos: viajar a dedo (autostop) más de mil kilómetros. Haciendo esta divertida hazaña arribaríamos a la idílica ciudad de Venecia atravesando la costa mediterránea de Francia, para una vez allí disfrutarla dos o tres días y luego abordar un avión rumbo a Bangkok por un precio irrisorio.


Compramos una olla y una pequeña tienda de campaña, ya que la nuestra la habíamos enviado a la Argentina porque era muy pesada para cargar en la mochila y ¡el 5 de Septiembre dejamos nuevamente atrás nuestras comodidades para comenzar esta locura!

Luego de diecinueve días de superar desafíos, algunos parecidos a los que vivimos con las bicicletas y otros totalmente distintos, llegamos a la deseada Venecia con tres días para recorrerla.

No te pierdas el primer capítulo de esta atrapante historia


5 de Septiembre – Día 1.


Las mochilas estaban rebasadas de cosas, tal es así que por fuera colgaban gorras, abrigos, la olla, una pelota de fútbol y hasta un par de raquetas de bádminton (que no usamos en todo el viaje). Con ese gran peso en la espalda dejamos atrás Cabrils y la casa que más tiempo habitamos desde que dejamos la nuestra y comenzamos a caminar hacia Vilassar de Dalt. Iban a ser menos de dos kilómetros pero nos perdimos y la caminata se hizo más larga de lo previsto. Exhaustos llegamos a la ruta que nos aseguraba un alto caudal de coches en dirección hacia la frontera con Francia.


Conseguimos entrar a la autopista y rápidamente nos levantaron. Llegamos a la ciudad lindera, Mataró, y tratamos de hacer lo mismo. No tuvimos tanta suerte y al cabo de un rato sin que nadie hiciera caso a nuestra señal vino la policía y nos echó del lugar. La rotonda que daba ingreso a la autopista tampoco resultó ser un buen sitio por lo que decidimos bajar caminando hasta la costa y probar en la ruta. Nuevamente caminamos un largo tramo con nuestras pesadas mochilas, llegamos a la ruta, comenzamos a hacer dedo y tampoco tuvimos éxito. Avanzabamos e íbamos buscando sitios en los cuales probar suerte. Así fuimos descubriendo qué condiciones debía cumplir un lugar para tener mayores probabilidades de que un auto se detuviera.


Debido al cansancio nos vimos obligados a quedarnos en un sitio que no nos convencía pero al menos había espacio para que si alguien se detuviera lo hiciera a un costado.

Luego de una larga espera logramos subirnos a un coche que nos dejó unos kilómetros antes de la frontera.

Nos separaba poco y nada de Francia pero el tiempo volvía a pasar y nadie frenaba. Hicimos un cartel, almorzamos y seguimos estirando el pulgar confiando en que algo ocurriría, ya que allí no había ningún sitio seguro para dormir.


Un señor frenó y nos ofreció llevarnos hasta el límite fronterizo, ya que allí debía desviarse hacia su pueblo. Durante el viaje fuimos conversando acerca de nuestras vidas, por qué estábamos ahí y hacia dónde nos dirigíamos realmente. Fue en esa charla que el hombre recordó su época de viajero y el momento en que una persona lo ayudó sin siquiera él pedírselo. Tras contarnos aquella experiencia nos dijo que nos llevaría hasta territorio francés y buscaríamos juntos un buen lugar para pasar la noche. Llenos de felicidad nos relajamos y sentimos que el primer tramo si bien había sido agotador, estaba cumplido y nos dejaba muchas enseñanzas que aplicaríamos más adelante.

Una vez en Le Boulou, el primer pueblo francés luego de cruzar la frontera, comenzamos a caminar hacia la montaña en busca de un lugar para acampar. La lluvia que había comenzado minutos atrás se convirtió en una preocupación, pero como si lo hubiéramos programado encontramos una pequeña casita de piedra en donde nuestra tienda entró perfectamente. Allí descansamos sin problemas hasta la mañana siguiente.


6 de Septiembre - Día 2.


Motivados por el gran comienzo nos levantamos temprano. Por suerte la lluvia había sido un chaparrón pasajero y muy cerca del lugar donde acampamos encontramos una rotonda, sitio que nos pareció oportuno para esperar nuestro próximo coche.

A los pocos minutos nos levantó un alemán que vivía en Francia y estaba vacacionando por la zona. Solo avanzamos unos veinte kilómetros pero tuvo la amabilidad de llevarnos al supermercado para abastecernos de comida y dejarnos en un punto estratégico a las afueras de Perpiñán.


Luego de un rato sin suerte un joven francés nos ofreció llevarnos hasta la subida de la autopista, donde él consideraba que tendríamos más posibilidades. Sin dudarlo aceptamos y efectivamente a los pocos minutos estábamos arriba de un nuevo vehículo que se dirigía a Narbona. En el mapa vimos que había un lago poco antes de llegar y decidimos bajarnos allí porque creíamos que podía ser un buen lugar para pernoctar. Además, los sesenta kilómetros recorridos sumados a los veinte que habíamos hecho con el alemán hacían que el día hubiera sido productivo.


Llegar a orillas del lago implicó caminar tres kilómetros, encontrar un buen sitio para refugiarnos del viento no fue fácil y al día siguiente tuvimos que volver a caminar esa misma distancia para volver a la ruta. De todos modos pasamos una tarde agradable, con viñedos a nuestra espalda, un gran lago en frente y las montañas a lo lejos.

Aquella parada en el supermercado resultó ser la salvación y el gran aprendizaje del día: SIEMPRE TENER COMIDA Y AGUA.



7 de Septiembre - Día 3


Habían pasado más de dos horas y no lográbamos avanzar. Finalmente una chica frenó y para nuestro asombro iba hasta Marsella, a doscientos sesenta kilómetros de nuestra ubicación. Nuestro plan era hacer los noventa y cinco que nos separaban de Montpellier y pasar allí la noche para conocer la ciudad. Analizamos la situación y decidimos saltarnos ese destino ya que continuar desde allí sería una complicación. Montpellier es una ciudad grande y salir de un lugar así no es sencillo.


Avanzar tantos kilómetros de una sola vez era tentador pero tampoco era necesario ya que veníamos muy bien de tiempo. Conversando entre los tres surgió la idea de pasar la noche en el Parque Natural de Camargue, a orillas del Mediterráneo, a ciento cuarenta y cinco kilómetros. Así avanzaríamos más de lo previsto y conoceríamos un bello lugar ya que resulta ser una de las joyas del sur de Francia. El único problema eran los treinta y siete kilómetros que separan la ruta del mar. Por suerte nuestra conductora no dudó en decirnos que no tenia problema en desviarse y dejarnos en Saintes Maries de la Mer, pueblo ubicado en el Parque. Como surgió otro imprevisto, que fue quedarnos sin comida, además de ese recorrido extra nos llevó a un mercado para reabastecernos.



El pequeño y pintoresco pueblito estaba lleno de turistas, sobre todo gente mayor, algunas familias y muchos motorhome. Caminamos por el malecón hasta que nos alejamos lo suficiente de la zona urbana y una vez que a nuestra espalda estaba el humedal acampamos frente al mar en medio de una desértica playa.

A la mañana siguiente nos sorprendió la policía y nos advirtió que no podíamos permanecer allí con nuestra tienda en pie, por lo que levantamos campamento y volvimos hacia la zona céntrica a disfrutar de otro relajante día de playa.

Al atardecer juntamos todo el despliegue que hicimos y volvimos a alejarnos para poder dormir.



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Sobre nosotros

Somos Tomás y Gonza, dos amigos (a esta altura hermanos) que tras varios años de esperar el momento perfecto y que no apareciera, decidimos hacer del 21 de marzo de 2017 ese momento y empezamos una nueva vida.

 

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