Cada uno da lo que tiene - GONZA - LIBRO NÓMADAS A PEDAL
- Nómadas a Pedal
- 11 mar 2019
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 15 dic 2019

“Hay dos formas de ver la vida, una es creer que no existen los milagros y la otra es creer que todo es un milagro” - Albert Einstein.

Retomando la aventura una mañana nublada y fresca salimos de La Rioja capital en dirección a la provincia de Catamarca. El último pueblo riojano en el que íbamos a pasar la noche se llamaba Anillaco y lo arribamos luego de pedalear unas seis horas. Buscando una estación de servicio nos encontramos con un muchacho, quien después de un largo cruce de miradas rompió el silencio. Conversando le comentamos que estábamos buscando un lugar para pasar la noche y nos invitó para que armáramos la carpa al lado de su local de alimentos regionales. Aquella noche su madre se comportó como la nuestra, nos permitió cocinar, calentar agua para el mate y hasta nos regaló un repasador. A la mañana siguiente Gustavo continuó con las atenciones y nos agasajó con un kilogramo de dulce de membrillo casero. Aquel aporte de energía nos vendría bien ya que el camino a Belén se iba poner pesado con varias subidas y bajadas.
Hasta aquel pueblo de la provincia de Catamarca teníamos unos 160 kilómetros y sabíamos de antemano que estábamos a punto de realizar el mayor esfuerzo del viaje o de lo contrario tendríamos que acampar por el camino. Comenzamos la jornada de pedaleo con viento en contra, nuestro peor enemigo otra vez estaba presente, quien soplaba muy fuerte y colaboraba a que los planes que teníamos comenzaran a desvanecerse. Teníamos dos opciones: hacer dedo o comprar un pasaje de bus. En primera instancia optamos por dirigirnos a la Terminal de buses sin resultados positivos ya que las ventanillas estaban cerradas. Nos pusimos a hacer dedo a metros de la terminal e increíblemente el segundo vehículo que pasó se detuvo. Maravillados pues era la primera vez que sucedía tan velozmente corrimos hasta la camioneta. Claudio, el chofer, se encontraba yendo a un pueblo de camino a Belén y nos acercó varios kilómetros. Para motivarnos nos regaló unas cajitas de comida preparada. Más que felices, pues en lo que iba del día ya nos habían regalado más cosas que para nuestros cumpleaños, hicimos una colación antes de comenzar a pedalear. Parecía que el plan y nosotros habíamos recobrado la esperanza ya que hasta el viento había disminuido pero a medida que avanzábamos el camino se puso muy duro. Intentamos repetir la secuencia de hacer dedo pero esta vez mientras pedaleábamos y como si estuviéramos en un sueño nos volvió a funcionar. Aquella vez el salvador del camino se llamaba Juan y fue quien nos arrimó hasta su querido pueblo y nuestro destino del día. Una vez allí nos ofreció su garaje para que pasáramos la noche y de aquel modo ser partícipe del cierre de un día inolvidable. Como era temprano fuimos a la plaza principal con la idea de tomar unos mates, solo con la idea pues cuando llegamos me di cuenta que me había olvidado lo más importante: la yerba. Sin ganas de volver terminamos tomando un té que nos compartieron unos chicos que estaban por allí.
Mientras merendábamos tranquilos nos pusimos a conversar de todo lo bueno que nos estaba sucediendo, que siempre encontrábamos a alguien que nos brindaba un espacio o algo que necesitáramos. Todos los días era el mismo cantar, estábamos en la misma situación, sin saber dónde dormir, qué comer ni dónde bañarnos. A pesar de que al principio nos daba algo de miedo finalmente comprendimos la magia que implicaba “viajar” y comenzamos a dejar que las cosas fluyeran. Aquel confiar en el camino y que todo iba a estar bien era una sensación maravillosa que nos enriquecía el alma. Fueron situaciones que estaban aguardando a que las experimentáramos. A la vez, conscientes de que si aquello que deseábamos se nos negaba era porque algo mejor nos estaba esperando o no era su momento. Finalmente nos ayudó a descubrirnos a nosotros mismos actuando de distintas maneras ante diferentes situaciones que jamás habíamos imaginado. Era conocer y conocerse a uno mismo observando y analizando cada acontecimiento.
Ya teníamos decidido que nuestro siguiente destino era Hualfin y así fue como salimos temprano pues la ruta iba a estar en las mismas condiciones que el día anterior. Nos faltaba poco para llegar cuando vimos sobre la ruta un letrero de un camping con aguas termales. Nos pareció genial la idea de hacer noche allí pero antes necesitábamos comprar provisiones. Mientras comíamos unas frutas enfrente del supermercado se nos acercaron dos chicas con quienes nos pusimos a conversar. Ellas estaban viajando en bicicleta igual que nosotros y se hospedaban en aquel camping, después de intercambiar varias anécdotas del viaje nos fuimos caminando juntos. A la mañana siguiente fuimos a explorar uno de los miradores de una gran montaña desde donde apreciamos la vista de todo el pueblo. Luego de tomar unas fotos decidimos subir un poquito más ya que el ascenso había resultado sencillo y divertido. El problema se nos presentó cuando los cuatro estábamos varados en lugares diferentes de la montaña al borde del precipicio sin poder movernos. Cristina, una de las chicas, entró en pánico cuando comenzó a derrapar por la cantidad de piedras sueltas que había por allí. Al presenciar aquella situación, mientras Tomi y July se fueron acercando a ella para contenerla, me dediqué a buscar un camino para bajar cuanto antes pues yo también estaba comenzando a desesperar. Intentando encontrar el camino más adecuado patiné y comencé a descender haciendo culipatín hasta que logré detenerme en un plano. Dicho lugar era ideal para descansar un poco y recuperar el aire perdido, entonces les grité a los chicos para que bajaran lentamente. Ya tranquilos pudimos descender caminando varias horas hasta arribar al camping. Horas durante las cuales reflexionamos sobre lo acontecido y agradecimos por estar sanos y salvos.

Como las chicas se dirigían en la misma dirección que nosotros se nos ocurrió continuar juntos unos kilómetros. Ellas tenían decidido quedarse en Amaicha del Valle, provincia de Tucumán, mientras que nosotros queríamos arribar a Salta Capital ya que nos estaba esperando un amigo de Tomi. Hasta Amaicha teníamos unos 120 kilómetros, por lo que comenzamos la jornada bien temprano. Una vez en la ruta nos topamos con un viento terrible, de los más fuertes hasta aquel momento, similar al que habíamos superado camino a Rodeo en San Juan. Después de dos horas de pedaleada solo habíamos avanzado diez kilómetros y como estábamos a metros del pueblo Los Nacimientos, decidimos entrar a comprar comida. Todavía nos quedaban muchos kilómetros y el solo hecho de pensarlo me cansaba. Al salir nuevamente a la ruta y sentir la potencia del viento en nuestros pechos decidimos hacer dedo. Nada podía salir mal ya que lo peor que nos podía suceder era que nadie se detuviera y pasar la noche allí. Éramos conscientes que iba a ser difícil que nos levantaran a los cuatro con las cuatro bicicletas aunque estábamos dispuestos a separarnos. Las horas habían comenzado a pasar y dejando de lado los imposibles seguimos firmes haciendo dedo. En un momento miré el reloj, eran las tres y media y se me ocurrió decir en voz alta que a las cuatro nos iban a levantar, los tres me miraron al mismo tiempo y se rieron con intención de que aquel milagro sucediera y ¡realmente sucedió! Pasado solo un minuto de las cuatro de la tarde paró una camioneta pick-up y nos cargó a todos. Aquellas buenas personas llenaron de alegría nuestros corazones. Finalmente cambiamos nuestro itinerario y nos quedamos en Amaicha del Valle.
Mientras íbamos en la camioneta me sentía desconcertado como si me hubieran despertado bruscamente de un largo sueño. Haber materializado aquel hecho de manera tan veloz fue impactante que durante todo el viaje me dedique a pensar si había sido realmente yo, con mis palabras y pensamientos, quien habría generado aquella situación maravillosa. Aún quería y necesitaba más pruebas para convencerme verdaderamente que nuestras vidas se regían de aquel modo. Igualmente, sin obtener una respuesta inmediata, desde aquel momento comencé a prestarle más atención a lo que hacía, decía y pensaba. Estaba entrando en consciencia que cada vez era más evidente el contacto que podía obtener con una fuente superior.

Entre mates y galletitas de celebración en la plaza principal, las chicas nos ofrecieron ir a la casa en la que estaban parando a pasar la noche y evitar el frio de la carpa. Antes necesitábamos pedirle permiso a su amigo a quien cruzamos instantes después de decidir aquello y sin problemas aceptó la propuesta. Luego de subir y bajar varias colinas, de que algunos perros nos corrieran, de cruzar un rio y de haber realizado prácticamente todo el camino alumbrando con los celulares arribamos a la casa. Mientras preparábamos la cena recordábamos lo divertido que habían sido aquellos momentos compartidos y lo bien que lo habíamos pasado. Finalmente al día siguiente decidimos quedarnos un día más pero aquella noche fue diferente. Me encontraba durmiendo profundamente cuando oí los gritos de Cristina y aunque me desperté exaltado, intenté seguir durmiendo. Al darme cuenta que estaba asustada ya que se le dificultaba respirar, me levanté y abrí la ventana para que entrara más oxígeno. Estaba muy nerviosa y luego de varios intentos de respiración profunda logró tranquilizarse. Por nuestra parte, estábamos más aterrados que ella pues era la primera vez que atravesábamos una situación así y además no sabíamos si padecía alguna enfermedad. Después de que se estabilizara, pensando que ya había pasado el mal momento nos volvimos a acostar pero al cabo de una hora se repitió la situación. Al ver su cuerpo temblando, intentamos asistirla y sin ver mejoría decidimos con July bajar en las bicis al pueblo en busca de un médico. Era la única opción ya que en la montaña la señal de celular era escasa y aunque hubiera habido ignorábamos nuestra ubicación. Una vez allí, July con el chofer de la ambulancia salieron en busca de Cristina, mientras yo me quedé en la puerta del hospital con las dos bicicletas pensando qué hacer. Ya eran las dos de la madrugada cuando comencé a caminar en dirección a la casa. En un entorno tenebroso me crucé con la ambulancia que continúo sin detenerse. Reflexionando sobre lo ocurrido, seguí caminando hasta que me desconcentré al oír ruidos que salían detrás de unos arbustos. Me detuve de inmediato y aterrado completamente presencié la salida de una persona que hacía movimientos extraños con las manos. Con el corazón a punto de estallar, me percate que era nada más ni nada menos, mi querido amigo que había estado regando unos arbustos y al salir se había enredado en una tela de araña. Las ganas de matarlo se transformaron en risas incontenibles que ayudaron a que el regreso fuera más agradable. Por tercera vez en la misma noche nos acostamos a dormir. A tempranas horas de la mañana llegaron las chicas, quienes nos despertaron con la novedad del diagnóstico: había sido un ataque de pánico. Aquella historia con final feliz nos brindó la tranquilidad necesaria para continuar con nuestro viaje.
Después de la emocionante despedida retomamos la ruta rumbo a Cafayate, con el apoyo del viento y las bajadas cumplimos la misión en unas tres horas. Una vez en la plaza principal, mientras comíamos unas frutas alegremente, se nos acercó un muchacho invitándonos a un camping a donde nos dirigimos para pasar una noche.
Nos faltaban menos de 200 kilómetros para arribar a Salta capital. A la mañana siguiente salimos bien temprano con intención de llegar a un pueblo que se encontraba a mitad de camino. Durante la jornada nos detuvimos y visitamos algunos sitios turísticos de la Quebrada de las Conchas, como lo fueron El Anfiteatro y La Garganta del Diablo. Aprovechamos la ocasión para tomarnos algunas fotografías y compararlas con las del viaje que habíamos realizado en el 2012. Todo aquello nos permitió reírnos del paso del tiempo.
El pequeño pueblo se llamaba Alemanía, el mismo que el país europeo con una pronunciación diferente. Luego de una jornada cansadora pero divertida descubrimos aquel inolvidable e increíble lugar. Cada día de acampada libre era una nueva ceremonia ya que además de buscar el sitio ideal para armar la carpa, teníamos que conseguir ramitas para hacer fuego y agua para cocinar. Una ceremonia que hacía único a cada lugar que elegíamos para pasar las noches. De aquel pueblo me fui con una hermosa sensación de paz y tranquilidad, con ganas de volver en algún momento y repetir la experiencia.
Aquella frase de “repetir la experiencia” quedó latente en mi cabeza y me detuve a analizarla. Básicamente me daban ganas de volver pues había pasado un grato momento de felicidad. A lo largo del viaje fui comprendiendo que cada momento era único y que aquello que acababa de vivir jamás lo iba a volver a experimentar. Por todo aquello aprendí a vivir cada momento por lo que era: único e irrepetible. También a estar concentrado y disfrutar plenamente de lo que me encontraba realizando, agradeciendo por tener la oportunidad y por reconocer conscientemente que podía cambiar aquello que me hiciera sentir mal.
La subida que tuvimos que superar cuando partimos hacia la capital de Salta fue lo que me dejó gusto amargo. Aquel día arribamos a la casa del amigo de Tomi, con la lluvia detrás de nuestros talones, luego de unas seis horas de puro pedaleo. Salta capital fue otra ciudad que ya conocíamos del viaje anterior pero que de todos modos la recorrimos nuevamente junto a un lugareño. Durante aquellos días terminamos de decidir qué hacer con nuestro viaje pues nuestro plan había sido cruzar andando la Cordillera de los Andes. Desgraciadamente en el momento del año que estábamos aquello era imposible ya que durante las noches nevaba demasiado. Así fue como buscando las mejores opciones compramos un pasaje de bus hasta Calama, ciudad ubicada en medio del desierto de Atacama.
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